Las comparaciones son una forma de juicio. Comunicación noviolenta
Hay otra forma de juzgar que consiste en el uso de comparaciones. En su libro Cómo ser un perfecto desdichado, Dan Greenburg demuestra, valiéndose del humor, el insidioso poder que pueden ejercer sobre nosotros las comparaciones. Afirma que si alguien aspira sinceramente a ser desgraciado lo único que tiene que hacer es compararse con los demás. Para beneficio de aquellos que no están familiarizados con esta práctica, propone una serie de ejercicios. El primero consiste en presentar fotografías de cuerpo entero de un hombre y una mujer que son una representación de la belleza física ideal según los cánones difundidos por los medios de comunicación. Se aconseja a los lectores que se tomen las medidas de diferentes partes del cuerpo, las comparen con las que figuran en las fotos de esos atractivos ejemplares de ser humano, y observen las diferencias.
Es un ejercicio que cumple lo que promete: cuando hacemos la comparación, nos sentimos profundamente desgraciados. Ya hundidos en una profunda depresión, descubrimos, al dar vuelta la página, que ese primer ejercicio sólo era de calentamiento. Partiendo de la base de que la belleza física es relativamente superficial, Greenburg nos brinda a continuación la oportunidad de hacer la comparación que realmente importa: el éxito personal. Recurre, según dice, a la guía telefónica para sacar de ella los nombres de unos cuantos individuos elegidos al azar con el objeto de establecer comparaciones. El primer nombre que dice haber sacado de la guía es Wolfgang Amadeus Mozart. Greenburg hace una lista de los idiomas que hablaba Mozart desde su adolescencia y de las principales obras que ya había compuesto a esa edad. El ejercicio invita al lector a comparar todo lo que él ha logrado hasta ese momento de su vida con lo que Mozart había logrado a los doce años, y que observe las diferencias.
Incluso los lectores que no consiguen superar el malestar causado por este ejercicio perciben hasta qué punto esta forma de pensar bloquea la compasión, tanto por nosotros mismos como por los demás.
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