Prestemos atención a lo que el otro necesita, y no a lo que piensa de nosotros
Después de centrar la atención y escuchar lo que están observando, sintiendo y necesitando, así como en lo que nos están pidiendo para enriquecer su vida, es posible que querramos repetir con nuestras palabras lo que entendimos. Cuando hablamos sobre peticiones (en el capítulo 6), nos referimos a la manera de pedir a nuestro interlocutor este reflejo de lo que dijimos. Ahora veremos cómo podemos ofrecer lo mismo a los demás.
Para confirmar si entendimos bien lo que quiere transmitirnos la otra persona, es útil repetirlo en nuestros términos. Si al parafrasear lo que nos dijo resulta que nos equivocamos, nuestro interlocutor tiene la oportunidad de corregirnos. Otra de las ventajas de ofrecerle nuestra versión de lo que entendimos es brindar a la otra persona la oportunidad de profundizar en lo que nos ha dicho.
La Comunicación no violenta sugiere que el parafraseo se formule a través de una serie de preguntas, que revelan lo que entendimos y da lugar a las correcciones oportunas por parte de nuestro interlocutor. Las preguntas pueden centrarse en las cuestiones siguientes:
A) Lo que los otros están observando: «¿Reaccionas así porque la semana pasada salí muchas veces?»
B) Lo que los otros están sintiendo y las necesidades que dan origen a sus sentimientos: «¿Te sientes herido porque te habría gustado que reconociera tus esfuerzos?»
C) Lo que los otros están pidiendo: «¿Te gustaría que te explicara por qué dije lo que dije?»
La formulación de estas preguntas requiere que sintamos qué está sucediendo en el interior de las otras personas mientras las invitamos a corregirnos si nuestra interpretación no fuera correcta. Observe la diferencia entre las preguntas formuladas anteriormente y las siguientes:
a) «¿Qué dices que he hecho?»
b) «¿Cómo te sientes?» «¿Por qué te sientes así?»
c) «¿Qué quieres que haga al respecto?»
Este segundo grupo de preguntas solicita información sin percibir primero la realidad de nuestro interlocutor. Aunque a primera vista dé la impresión de que es la manera más directa de averiguar qué le ocurre a la otra persona, pude comprobar que no es la vía más segura para obtener la información que buscamos. Hay muchas preguntas de este tipo que más bien producen en nuestro interlocutor la impresión de que somos un maestro tomando examen o un psicoterapeuta que trabaja en un caso clínico. Aun así, si optamos por preguntar de esta manera, pude comprobar que nuestro interlocutor se siente mucho más seguro si primero le revelamos los sentimientos y necesidades que dan origen a nuestras preguntas.
Así, en lugar de preguntar: «¿Qué dices que he hecho?», tal vez digamos: «Me siento frustrado porque me gustaría tener más claridad sobre lo que dijiste. ¿Me podrías decir qué hice para que me percibas de ese modo?». Aun cuando pueda no ser un paso necesario —ni siquiera útil— en aquellas situaciones en las que expresamos claramente nuestros sentimientos y necesidades a través del contexto de la situación o del tono de voz, recomendaría recurrir a él en particular cuando las preguntas que hacemos van acompañadas de emociones intensas.
¿Cómo decidir si la ocasión requiere que repitamos a nuestro interlocutor lo que nos dijo? Por supuesto, siempre que dudemos si entendimos bien lo que nos dijo, podríamos hacerlo para darle la oportunidad de corregir nuestras suposiciones. Pero, aun cuando creamos haber comprendido bien sus palabras, quizás advirtamos en nuestro interlocutor el deseo de que le confirmemos lo que entendimos. A veces incluso nos lo preguntará directamente: «¿Está claro?», o «¿Comprendes lo que quiero decir?». En estas ocasiones, parafrasear lo que oímos puede ser más tranquilizador para nuestro interlocutor que una simple afirmación del tipo: «Sí, te entiendo».
Poco después de haber participado en un taller de CNV, a una mujer que trabajaba como voluntaria en un hospital algunas enfermeras le pidieron que hablara con una paciente anciana: «Ya le dijimos que no está tan enferma como cree, pero que se sentirá mejor si toma el medicamento. Pero lo único que hace es quedarse sentada en su habitación todo el día repitiendo: "Me quiero morir, me quiero morir"». La voluntaria se acercó a la anciana y, tal como le habían anunciado las enfermeras, la encontró sentada murmurando una y otra vez: «Me quiero morir».
«Así que se quiere morir», le dijo la voluntaria, en tono empático. Sorprendida, la mujer interrumpió su cantinela y pareció más tranquila. Lo primero que dijo fue que allí nadie comprendía que se sentía muy mal. La voluntaria continuó reflejando los sentimientos de la mujer. No pasó mucho tiempo antes de que en el diálogo que mantuvieron se filtrara tanta calidez humana que acabaron por hablar muy juntas abrazándose. Aquel día, más tarde, las enfermeras quisieron saber qué fórmula mágica había usado la voluntaria, ya que la anciana había vuelto a comer, tomaba la medicación y estaba de mejor humor. A pesar de que las enfermeras habían querido ayudarla con sus consejos y palabras de consuelo, hasta que habló con la voluntaria esta mujer no recibió lo que necesitaba realmente: una conexión con otro ser humano capaz de comprender su profunda desesperación.
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