En el Capítulo 2 de la Comunicación No Violenta, considerábamos la posibilidad de reemplazar el lenguaje que implica ausencia de opción por el lenguaje que presupone elección.
Paso uno
¿Qué cosas hace usted en su vida que le resultan gratas, divertidas? Escriba una lista de todas aquellas cosas que, según usted, se ve obligado a hacer, de todas aquellas actividades que sin duda preferiría no hacer, pero que a pesar de todo hace porque le parece que no tiene más remedio.
Cuando repasé mi lista y comprobé lo larga que era, me di cuenta del motivo por el cual pasaba gran parte del tiempo sin disfrutar de la vida. Advertí que, a lo largo del día, había muchísimas cosas con respecto a las cuales me engañaba a mí mismo induciéndome a creer que las hacía por obligación.
La primera actividad de la lista era «redactar historias clínicas». Pese a que era algo que odiaba, pasaba como mínimo una hora de tortura diaria redactándolas.
La segunda era: «mi turno de llevar a mis hijos y a los de los vecinos a la escuela».
Paso dos
Una vez terminada la lista, reconozca de manera sincera que, si hace estas cosas, es porque eligió hacerlas, no porque tenga que hacerlas. Anteponga, pues, la palabra «elijo...» delante de cada una de las actividades enumeradas.
Recuerdo la resistencia que opuse a este paso. Y seguía insistiendo: «¡Yo no elijo redactar historias clínicas! Tengo que hacerlo. Soy psicólogo clínico y tengo que redactar estos informes».
Paso tres
Después de haber reconocido que usted mismo eligió llevar a cabo una determinada actividad, indague qué intención se oculta detrás de la elección completando la frase: «Elijo... porque quiero…».
Lo primero que hice fue intentar darme cuenta de qué buscaba al redactar historias clínicas. Ya hacía varios meses que había llegado a la conclusión de que las historias no prestaban a mis clientes un servicio que justificara el tiempo que exigía redactarlas. Entonces, ¿por qué seguía dedicando tanta energía en escribirlas?
Finalmente llegué a la conclusión de que si había optado por redactar aquellas historias era sólo por el dinero que me proporcionaban. En cuanto llegué a esa conclusión, nunca más volví a escribir una historia clínica. ¡Me faltan palabras para describir mi alegría al pensar que, a partir de aquel momento, hace treinta y cinco años, me ahorré muchísimas historias clínicas! Cuando me di cuenta de que mi principal motivación era el dinero, advertí inmediatamente que podía encontrar otros caminos para solucionar mis necesidades económicas y que estaba dispuesto a revolver tachos de basura para buscar comida antes que escribir una historia clínica más.
La actividad siguiente en mi lista de tareas tediosas era llevar a los niños a la escuela en mi automóvil. Pero al examinar la causa que justificaba aquella tarea, aprecié los beneficios que obtenían mis hijos al asistir a la escuela a la que iban.
Podrían ir caminando a la escuela del barrio, pero la escuela a la que asistían funcionaba mucho más en armonía con mis valores educativos. Así pues, seguí llevándolos a la escuela, pero con una energía diferente. En lugar de quejarme: «¡Uy! ¡Qué rabia!, ¡hoy me toca llevar a los niños!», era consciente de mi propósito, que en ese caso era que mis hijos recibieran una calidad de educación que era muy valiosa para mí. Por supuesto, a veces debía recordarme dos o tres veces durante el trayecto cuál era la finalidad de lo que estaba haciendo.
Importante, en la comunicación sin violencia, en vez de tener que, es yo elijo...
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