El primer paso para expresar de forma plena nuestra ira a través de la comunicación no violenta consiste en desvincular a los demás de cualquier responsabilidad por ella. Debemos liberarnos de ideas tales como: «Él (o ella o ellos) hizo que me pusiera furioso cuando actuó así». Esta manera de pensar nos lleva a expresar nuestra ira superficialmente culpando o castigando a la otra persona. Ya vimos que la conducta de los demás puede ser un estímulo de nuestros sentimientos, no su causa.
Nunca nos enojamos por lo que hizo otra persona. Podemos identificar su conducta como el estímulo, pero conviene diferenciar con claridad que una cosa es el estímulo, y otra muy distinta, la causa.
Querría ilustrar esta distinción contando un ejemplo sacado de mi trabajo en una cárcel sueca. Mi labor consistía en mostrarles a ciertos prisioneros que habían tenido una conducta violenta, que podían expresar plenamente su ira sin necesidad de matar, golpear ni violar a nadie. Durante un ejercicio en el que se les pedía que identificasen el estímulo de su ira, un preso escribió: «Hace tres semanas hice una petición a las autoridades de la cárcel y todavía no me contestaron». Esta afirmación es una clara observación de un estímulo al describir lo que habían hecho otras personas.
Le pedí entonces que estableciera cuál era la causa de su ira: «Cuando ocurrió esto, ¿por qué se enojó?».
Y él exclamó: «¡Acabo de decírselo! ¡Ni siquiera me contestaron!». Al poner a un mismo nivel el estímulo y la causa, se había engañado hasta el extremo de pensar que lo que lo había enfurecido era la conducta de los funcionarios de la cárcel. Es muy fácil caer en este hábito en una cultura que se sirve del sentimiento de culpa para controlar a las personas. En esta clase de culturas es importante que se nos induzca engañosamente a creer que está en nuestras manos hacer que los demás se sientan de una determinada manera.
Cuando el sentimiento de culpabilidad se usa como una táctica de manipulación y coacción, resulta útil confundir el estímulo y la causa. Como dije antes, los niños que se acostumbran a escuchar frases como: «Papá y mamá se ponen muy tristes cuando traes malas notas», acaban creyendo que su conducta es la causa de la infelicidad de sus padres. Se observa la misma dinámica entre personas unidas por lazos de intimidad: «Me pone muy mal que no estés conmigo el día de mi cumpleaños».
Nuestro idioma propicia el uso de esta táctica de provocar un sentimiento de culpabilidad. Solemos decir: «Haces que me irrite», «Heriste mis sentimientos con tu conducta», «Lo que hiciste me puso triste». Usamos nuestro lenguaje de muy diferentes maneras para convencernos de que si nos sentimos como nos sentimos es por lo que otros hicieron. El primer paso del proceso para expresar de manera plena nuestra ira consiste en darnos cuenta de que las cosas que puedan hacer los demás nunca son la causa de cómo nos sentimos.
Nunca nos enojamos por lo que dicen o hacen los otros. Para motivar a través de la culpa mezcle el estímulo y la causa. La causa de la ira radica en lo que pensamos —en pensamientos moralistas y de recriminación.
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